domingo, 26 de enero de 2014

Dispárame u olvídame. Duele igual.

Era la historia de Ella, sin ilusión y sin barreras. El prólogo de Él, todo barrotes y fronteras. 
Era la historia de mil coincidencias a la hora del café y veinte suspiros esperando cada día el amanecer. Historia de galaxias por iris y agujeros negros por pupilas frente a tres escaparates y pasar el día entero sin comida. Historia de ayuno y sueños rotos, aunque nada por gusto y todo por otros. Bandas sonoras que suenan como el viento y esos "Lo juro: si sonríes bajo la mirada y asiento". Pedazos de cristales rotos en el sillón de cada uno y una manta para tapar los espejos que no los hacían sentir a gusto. Vidas coincidentes con las mismas penas latentes y tres mil angustias presentes. Encuentros en el ascensor de miradas fijas en el suelo y la preocupación de Ella por solo colocarse el pelo. Infinitas estrellas aquella noche de otoño en la que ninguno salió ni con el coche. Cada uno en su casa asomados al balcón queriendo partir volando como un halcón. Sentían cada latido. Nunca se habían conocido; eso se habían prometido. 
Cumplieron su cometido.
Acabaron abatidos.
Era la historia de Ella, sin ilusión y sin barreras. El prólogo de Él, todo barrotes y fronteras. 







Uno un tiro a la cabeza 
y otro un tiro al corazón. 
Al final fingieron juntos 
que nunca habían sido dos. 

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