domingo, 26 de enero de 2014

De veinticuatro horas y una realidad de más.

Me costaba recordar por qué pasaba las noches en vela, no sé si por sueño o por el frío, que me hace sentirte aún más lejos. Escucho llover desde mi cama y no sé si lo oirás tú también. Es la lluvia contra el suelo como yo contra la realidad. Y acabo de darme cuenta de que me he dejado la ventana abierta toda la noche, pero ni siquiera ha entrado agua. De puestas para adentro esto es todo un desperdicio. Me sigo arañando el alma contra el asfalto e intentando recorrer una distancia que, cariño, siento decirte que no se reduce. Quizá lo que nos mata son los kilómetros por superar que nunca se acortan. Y siempre son demasiados, ¿entiendes?
Al final va a ser que estamos hechos para deambular barriendo las calles con nuestros pies mientras buscamos el amor que nos falta. Al fin y al cabo, ya me van faltando hasta las comas. Me he acostumbrado a escribir con muchos puntos y más dolor que de costumbre. Delirios de inconsciencia. Acabo leyéndote en constelaciones inventadas y me pierdo en lo que digo. Solía perderme en tus ojos, pero me temo que los han cerrado al público.
Entraré sin permiso. Voy a prenderte fuego. Me suicidaré y tu pupila será mi barranco.
Seguiré mendigando atardeceres a falta de mañanas decentes. Dime, ¿el amor puede irse?, ¿huir?, ¿dimitir?, ¿o simplemente se acaba? Yo solo sé que al otro lado de la ventana todo siempre parece más fácil. Y siempre depende del lado en que esté. Podría ser yo el problema. 


¿Y qué importa todo? Deja de ser mi canción triste por una vez. Prendamos fuego al mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario