viernes, 31 de enero de 2014

Obsolescencia.



Si vas a hacer algo conmigo, difumíname con delicadeza. 
Píntame como a una de tus chicas francesas. 
Maltrátame como a una de tus putas inglesas. 
O vete. Pero rápido, que nos quedamos obsoletos. 

Si mi muerte interna fuese un crimen seguramente te harías la víctima. "Estaba así cuando llegué". Destrozada, sí; también vacía. Muerta, no. Con un hilo de vida y tú siendo mi canción triste. Aunque resultaste la de mi funeral. 
Qué más da si ando, gilipollas. Aquí adentro no hace frío, principalmente porque ni siquiera puedo ya sentirlo. Nunca entenderás mi miedo a acabar. ¡Que me da igual si sana y salva!
Voy a dibujar frente a ti una risa en el aire hasta que la carcajada suene como un cañonazo. Hasta que los ojos dejen de pedirme llorar. 

martes, 28 de enero de 2014

De ojalás, vida.


Esto pretendía ser una carta para ti. Quiero decir, también yo pretendía ser tuya, pero supongo que eso tampoco importa. Venía a contarte que he vuelto a perderme.
Sí, otra vez. 
Creo que me estoy convirtiendo en mi propio bosque, pero supongo que eso sigue dándote igual. Me duele hasta el dedo corazón al escribirte. Y el alma. Ojalá pudiese cambiar eso. Ojalá pudiese quemar tus fotos como si no las tuviese grabadas en mi mente, y ojalá no se reproducieran solas a la hora de dormir. 
Venía a recordarte que tus moratones siguen siendo todas las nebulosas que admiro. Que tus lunares son todas las estrellas que quiero. Que tu sonrisa es toda la Luna creciente que necesito que me alumbre. También quería explicarte que de tanto dar vueltas el insomnio me enreda el pelo por las noches, amor. Y ojalá fueras tú. Tengo dudas, corazón. ¿El amor siente dolor o simplemente lo trae? ¿El dolor se enamora? A lo mejor el dolor se enamora de nosotros. A lo mejor le duele amar. A lo mejor el amor ama hasta que le duele. No como tú.
Esto pretende ser una despedida, pero mejor no. 
Quiero decir, no puedo escribir un portazo. 

Odio a quien jura, lo juro.

Os juro que sí, que arrancaría vendas solo porque no volviera a arrancarme la voz.
Os juro que parece que la oscuridad en la que paso mis días destiñe en mis ojeras. 
Os juro que las golondrinas alzarán el vuelo por nosotros. No hoy... Quizá algún día. Un día en el que encuentren otro pelo de su mismo tono oscuro que les escriba en las mañanas tormentosas. Este está ya muy frío y revuelto. Otro pelo desde el que puedan quedarse observando las luces de Navidad que viven en las calles. ¡Y vosotros diréis que cada año las ponen más pronto! Y me seguiré preguntando qué es pronto comparado con la vida que nos espera sufrir. Y los instantes. Pronto. 
Os juro que siento la fiebre subir y qué más da, si ya no lo encuentro ni en mis delirios febriles. Qué importa la canción que parece cantar el frío a través de las ramas de los árboles si no lo escucho a él en los coros. Me he acostumbrado a desechar todo timbre que no sea el de su voz. Me he acostumbrado a vivir en silencio. Me he acostumbrado a llorar sobre mi cama deshecha cada vez que espero que la realidad mejore con el tiempo y, mientras lo hago, ni siquiera tu foto se digna a mirarme. 


Escucho el latido y las gotas. 
Escucho un grito de voces rotas.
Y os juro que necesitábamos ser tristes para ser reales. 

lunes, 27 de enero de 2014

Las reclamaciones, a los días.

El cielo solía ser azul. Y me refiero a cuando estabas, que fue no hace mucho.
Aún no he entendido porqué te marchaste y ya podría haber escrito quince libros con todos los escritos que realicé pensando en ti. Quince. Con páginas y páginas de agradecimientos en las que solo figura tu nombre una y otra vez. Todos separados por comas. Quiero decir, sabes que no soy gran fan de los finales de ningún tipo, y si no quiero ponerlos, ¿por qué iba a poder hacerlo un signo de puntuación?
Que no te merece, amor. Ni a ti ni a un final a tu vera. 

Las nubes solían ser blancas. Y me refiero a cuando no lloraban por ti, tampoco hace mucho. 
¿Sabes lo triste de que las ojeras sean señal de cómo nos matamos? Quiero decir, me parecen un bonito cementerio personal cuando no es contigo con quien cargan. Cuando no es por ti por quien velo. ¿No ves que destiñen estas noches oscuras en tu iris claro?

El cielo solía ser azul. Las nubes solían ser blancas. 
Y la vida no solía ser una de esas putas que no saben si quedarse esperando en un rincón o asomarse a la ventana de tu coche. Simplemente venía, sin vergüenza, a jodernos.

Pero supongo que el cielo cambia. Las nubes. La vida. .

domingo, 26 de enero de 2014

Caprichos y el frío asfalto.

Salir de casa es alargar el camino hasta volver, y así no vale la pena.
Pero para ella empezó a valerla un día en que intentaba alejarse del suicidio que representaba quedarse en el salón tirada en el sillón. Odiaba ver su alma rasgarse como odiaba la lamparita que allí estaba. Ella contra ella. Y los vecinos pensaban que estaba loca cuando aseguraba haber recuperado el juicio. Y se ponía celosa de la sombra que odiaba porque decía que al no tener rostro era más perfecta que ella. Solía decir que la vida era como un manicomio con habitaciones sin acolchar: podrías darte golpes hasta morir. O quedar inconsciente. Y al mundo le gustaba la metáfora pero no ella. Y expresaba el desacuerdo con la vida quedándose en casa.


Y decía que salir era alargar el camino hasta volver, y así no valía la pena. 
Pero para ella empezó a valerla un día en que intentaba alejarse del suicidio que representaba quedarse en su salón sin acolchar, para acercarse al que representaba abandonarse en la carretera. 


Con estrellas como techo y un paso de peatón como cama. 

De veinticuatro horas y una realidad de más.

Me costaba recordar por qué pasaba las noches en vela, no sé si por sueño o por el frío, que me hace sentirte aún más lejos. Escucho llover desde mi cama y no sé si lo oirás tú también. Es la lluvia contra el suelo como yo contra la realidad. Y acabo de darme cuenta de que me he dejado la ventana abierta toda la noche, pero ni siquiera ha entrado agua. De puestas para adentro esto es todo un desperdicio. Me sigo arañando el alma contra el asfalto e intentando recorrer una distancia que, cariño, siento decirte que no se reduce. Quizá lo que nos mata son los kilómetros por superar que nunca se acortan. Y siempre son demasiados, ¿entiendes?
Al final va a ser que estamos hechos para deambular barriendo las calles con nuestros pies mientras buscamos el amor que nos falta. Al fin y al cabo, ya me van faltando hasta las comas. Me he acostumbrado a escribir con muchos puntos y más dolor que de costumbre. Delirios de inconsciencia. Acabo leyéndote en constelaciones inventadas y me pierdo en lo que digo. Solía perderme en tus ojos, pero me temo que los han cerrado al público.
Entraré sin permiso. Voy a prenderte fuego. Me suicidaré y tu pupila será mi barranco.
Seguiré mendigando atardeceres a falta de mañanas decentes. Dime, ¿el amor puede irse?, ¿huir?, ¿dimitir?, ¿o simplemente se acaba? Yo solo sé que al otro lado de la ventana todo siempre parece más fácil. Y siempre depende del lado en que esté. Podría ser yo el problema. 


¿Y qué importa todo? Deja de ser mi canción triste por una vez. Prendamos fuego al mundo. 

Delirios del insomnio veinte.




¿El amor siente dolor o simplemente lo trae?
¿El dolor se enamora? 
A lo mejor el dolor se enamora de nosotros. 
A lo mejor le duele amar.  

(Vida lo llamaban).

"Espero que no volvamos a vernos después de que pase el tren".

Eran palabras que enmarcar de recuerdos dolorosos. Eran sentimientos a sostener tan cerca como para que no se nos escaparan, pero lejos para que no se enredaran con nosotros. Eran una cometa en... En los días de otoño; eso es. Una cometa en los días de otoño con tormentosas corrientes de aire. Ni todo el viento del mundo me los arrancaría de las manos. Las mismas que un día jugaban con tu pelo en esos días fríos en los que ambos nos quedábamos en casa. Y decías no tener un lugar en el que refugiarte mientras yo me iba refugiando en ti. 
"No importa qué pase al final, sino qué pasó al principio". Recuerdo discrepar.
Quería seguir conociéndote como al principio y queriéndote como en la trama. Dejar de escribirte en el final de cada tarde y de nosotros. Quería seguir recordando cómo llegaste. Porque simplemente llegaste. Como la lluvia de verano. Como la primera hoja caída del otoño. Como el primer suspiro del invierno. 
El primer "no te vayas" tras el "adiós".

Día X de noviembre. 
Siete de la tarde, pero no de la suerte. 
Tú tras el andén y yo... Tras la vida. O tras de ti, que es lo mismo. 
El tren pasa de largo y no sé si llorar o ir por una pala para recoger estos cachitos que caen de mí como los copos de nieve del cielo invernal. 
Resultó que era verdad que no volveríamos a vernos después de que pasara el tres, como era cierto que prefería no recordar qué pasó al final. 

Me torné como se tornan los días grises. 
Afuera llovía como si lloraran por ti.
Yo me quedé bajo la lluvia, y tú, en las vías. 
Fue el fin. 

Dispárame u olvídame. Duele igual.

Era la historia de Ella, sin ilusión y sin barreras. El prólogo de Él, todo barrotes y fronteras. 
Era la historia de mil coincidencias a la hora del café y veinte suspiros esperando cada día el amanecer. Historia de galaxias por iris y agujeros negros por pupilas frente a tres escaparates y pasar el día entero sin comida. Historia de ayuno y sueños rotos, aunque nada por gusto y todo por otros. Bandas sonoras que suenan como el viento y esos "Lo juro: si sonríes bajo la mirada y asiento". Pedazos de cristales rotos en el sillón de cada uno y una manta para tapar los espejos que no los hacían sentir a gusto. Vidas coincidentes con las mismas penas latentes y tres mil angustias presentes. Encuentros en el ascensor de miradas fijas en el suelo y la preocupación de Ella por solo colocarse el pelo. Infinitas estrellas aquella noche de otoño en la que ninguno salió ni con el coche. Cada uno en su casa asomados al balcón queriendo partir volando como un halcón. Sentían cada latido. Nunca se habían conocido; eso se habían prometido. 
Cumplieron su cometido.
Acabaron abatidos.
Era la historia de Ella, sin ilusión y sin barreras. El prólogo de Él, todo barrotes y fronteras. 







Uno un tiro a la cabeza 
y otro un tiro al corazón. 
Al final fingieron juntos 
que nunca habían sido dos. 

Por amor a la inercia.

Escribo más que pienso. Miro más que observo. Duermo más que sueño. Hago todo por inercia. 
Menos quererte, de eso soy consciente. 

Y soy consciente de cómo silva el viento entre las puertas. Soy consciente de los vacíos que se forman tras las risas de los niños en cada navidad. De cada mirada que según para quién no significa nada y lo significa todo. Soy consciente de lo poco que te siento palpitar, corazón. De lo poco presente que estás. De las luces que iluminan las calles en las fiestas pero no las almas en las noches. Soy consciente de cómo cada libro me consume y me roba esas tardes de lluvia en las que podría seguir pensando en ti y escribiendo historias en los cristales empañados. Soy consciente de cómo se me nubla la vista en cada amanecer despejado y de que prefiero tomármelo como que me voy quedando más ciega de amor cada mañana y no por mis sábanas precisamente. Soy consciente de que las golondrinas no volverán por nosotros porque lo dice Bécquer. Aunque no lo entiendo, pero lo acepto. Soy consciente de que los cuervos no pueden alimentarse de nuestro cariño porque aún no ha muerto, aunque esto último no pueda asegurarlo. Soy consciente de que la vida acaba en un punto, aunque siempre me preguntaré en qué momento de nuestra existencia comienza. 
Soy consciente de que parezco consciente mas sigo pensando que se me escapa alguna cosa. 

Por eso digo que escribo más que pienso. Miro más que observo. Duermo más que sueño.
Y me parece que hago todo por inercia.
Menos quererte y algo más, de eso soy consciente. 

Vías. Y no de escape.



Voy en un tren en dirección al este y eres lo único que puedo ver tras la ventana. 

Me gustaría esbozar una de esas sonrisas tristes y rotas, pero hoy no quieren salir. Veo que tus ojos sonríen pero no sé si es a mí. Y me encantaría bajar de aquí y decirte que si es cierto que no me quieres, finges como nadie nunca supo haber fingido delante de mí. Me gustaría decirte que de tanto escribir(te) ya no sé cómo representar todo lo que veo con las vidrieras que tengo por ojos.
¿Acaso no ves lo bonito de acumular lágrimas en los ojos para no dejarlas caer? Parece decir "Te echo de menos y aún no te has ido". Quizá sea eso lo que dice. Y me encantaría bajar de aquí y decirte que te echo de menos. Y ya está. 
Porque en realidad sí que parece que ya te hayas ido.
En realidad parece que te fuiste hace mucho tiempo.

Voy en un tren en dirección al este y aún tengo la imagen de tus ojos en mi mente. 

Y será verdad que no me quieres, pero me parece que me quieres. O será verdad que ya no veo la realidad de tanto transformarla en palabras. 
Y hoy por primera vez pienso en por qué querría transformarte en palabras si ninguna llegaría a describirte tan bien como lo haces tú por ti mismo. Malgasto intenciones, y aún así lo sigo intentando. 

Voy en un tren en dirección al este y me gustaría estar en las vías pensándote por última vez.

Esta vez lo haré como siempre y a la vez como nunca. 
Porque estoy segura de que nadie ha llegado a pensarte como yo lo hago. 

sábado, 25 de enero de 2014

In(d)icios.

Decidí escribirte. Sin más. 
Ocurrió un día en que me levanté y las ventanas estaban abiertas, y supongo que sería por mi despiste la noche anterior, pero a veces me gusta imaginar que las golondrinas de Bécquer vinieron a hacerme compañía en la noche y se fueron demasiado temprano en la mañana. O que me despertaba la primavera exigiéndome florecer. El caso fue que me quedé viendo bailar despreocupadas a las cortinas. Yo quería ser como ellas. Aún quiero. Por eso a partir de aquel entonces dejo la ventana abierta; para facilitarles la entrada a las golondrinas, para que la primavera me traiga flores a la cama. Para despertarme vienoa las cortinas bailar. Y espero ser capaz de aprender de ellas algún día para conseguir bailar sola pero despreocupada. Acordándome de ti en los breves descansos en los que mi mente exija verte (o recrearte vagamente) frente a mí.
Seguiré dejando la ventana abierta y el alma llena de momentos para que no me quepas tú.
Sí, aún espero aprender de las cortinas ese baile, aunque algo ajeno me han enseñado ya.

Por eso decidí escribirte. Sin más. 
Y ocurrió un día en que me levanté y las ventanas estaban abiertas... 

Como Bon Jovi "at this old piano".

¿Qué es lo que empieza a quemarse en tu interior cuando el otoño deja de significar pisar hojas secas junto a alguien que te agarre de la mano sosteniéndote al mundo que deseas abandonar?
Quizá lo que se queme sea la ilusión. O el alma. O yo qué sé. Quizá estemos sustituyendo pedazos de nosotros por tardes luchando contra las palabras que no acaban de expresar lo que nosotros mismos somos. O lo que quisiéramos que nos hicieran. Ojalá hicieran de mí una ciudad encendida con todo ese colorido. La alegría de los niños. La melancolía a ratos de los enamorados. 
U ojalá me hicieran piano para poder expresar(te) con notas todo lo que no sé escribir(te) con palabras. Y sonar en los días tristes con las lágrimas que nunca dejas caer pero que conseguiré arrancarte a base de sonora tristeza. 
Mares en tus pupilas por ríos en mis mejillas. 
O puedo convertirme en el típico piano abandonado que guarda recuerdos en cada una de sus teclas. Piano que tocó un día el mejor pianista no del mundo, pero sí el mejor de mi vida. 
Aunque también puedo quedarme arrinconada en una esquina del salón en el que disfrutamos de tantas tardes. Al fin y al cabo, hay más (no sé si mejores) pianistas.




Aunque yo solo sea un piano más. 

Volverán las ansiadas mariposas.




Volverán las ansiadas mariposas
en tu pelo su refugio donde estar,
y, al cesar, con sus alas en tus oídos
morirán.
Pero aquellas que el vuelo nunca alzaron 
y te mimaban cada noche sin parar,
aquellas que siempre nos acompañaron...
esas... perdurarán.

Tírame. Y no una cuerda.

Vete mirando al suelo por si encuentras la lógica que me hiciste perder hace ya tanto tiempo. Alrededor de los dos otoños y un invierno y medio. Mientras te alejas ve olvidando las risas que compartimos y las lágrimas que... 
Bueno.
Esas solo las derramé yo.
Procura mantener tu dignidad intacta como siempre la mantuviste mientras yo buscaba excusas para perdonarte por ello. Ah, y no mires atrás. Recuerda que siempre fui como esa bolsa de basura que dejas abandonada en el contenedor; nadie mira hacia atrás para ver si aún sigue allí. 
¿Y esa nube que hay en el cielo tan despreocupada? Tienes razón, se da un aire contigo. Por qué iba a preocuparse si no hay nada ni nadie que vaya a lograr alcanzarle nunca. 
Encima es eso.
Nadie te igualará nunca.
Qué triste me resulta saber que ni siquiera yo fui capaz de estar tan cerca de ti aunque llegase a parecérmelo un día. 
Y supongo que de eso trata la vida; de desengaños. De creer que nadie tiene más dolor que tú en las pupilas hasta que llega el típico poeta con vidrieras en los ojos y un cementerio en sus ojeras. 
Sí, quizá trate de eso.
Y quizá yo esté hecha de trozos de todas esas bolsas de basura por las que nadie miró atrás y a las cuales ayudé a salir de la mierda para que, claro está, acabase yo misma siendo la bolsa de basura.
Y ellos...


Los que no miran atrás. 

Desperdicio. O yo misma.

Podría echarme a llorar con cada llamada, pero prefiero escribir por cada silencio. Estar pendiente a las luces de la calle que parece que me envuelven. Y me parece mal. Deberían envolvernos a los dos como el plástico de burbujas envuelve los paquetes frágiles que envía la gente lejos. Al fin y al cabo viene siendo igual, porque espero que también nosotros lleguemos lejos sin rasgarnos. 
Y yo ya (te) escribía al lado de la ventana mientras llovía antes de que el mundo pudiese ponerlo de moda. Y al final era la lluvia la que acababa por escribir(te). Y quedará siempre la duda de si fue la lluvia de ahí afuera o la de aquí adentro.

Podría arrancarme la piel porque vinieras. Y las pecas. Y los lunares. Y las cicatrices. 

Te digo "ven" porque, aunque estás aquí, todavía no has vuelto. Como nunca volviste. Y nunca fue siempre porque siempre fue nunca. Hablo de amor. O de sueños rotos. 
Interpretadme, que yo ya no sé hacerlo. 
Eres como esa jaula de la que para escapar tengo que cerrar por dentro. Y le he cogido cariño a estos malditos barrotes. Será que me están matando.

Pero tú y yo no morimos.
Porque morirnos suena demasiado trágico para un final que no existe. 

Y a quién le importa(s).

Apunta en tu diario otro día más de vida. Igual de hueco que todos. Pero eh, al menos vives. Vacío, pero vives. 
Como un robot, pero a quién le importa. 
Apunta en tu piel otro día más de dolor. Que quizá sea tan bonito en el fondo como la razón de ser de él mismo. Y tú di que es un código de barras. El precio de la vida. El que toca pagar a todos.
Y te llamarán loco. 
Y a quién le importa. 
Apunta en tu mente a todo aquel que se acerque a ti demasiado y ve haciendo una lista en tu memoria sobre cuántos de ellos se irán. Y quizá la cifra se asemeje al número de cigarrillos que fumarás hasta olvidarlos. Y quizá sea que para ellos eres un cigarrillo más.
Y te consumen.
Y te tiran.
Y a quién le importa.
Apunta el número de inviernos que pasaste sin nadie a quien abrazar mientras las sábanas abrazaban las mantas. Mientras la nieve envolvía cada árbol. Y navidades en los que el papel de regalo aparentaba más alegre que tú. Pero los dos érais iguales.
Porque a él también lo rompían.
Pero a nadie le importa.
Y no llegará(s) a importar a casi nadie. 
Solo unos pocos se toman la molestia de arreglar lo que otros han roto.
Unos pocos.
Y nada más. 

Úneteme.

Escapemos del mundo tal como quisiste escapar de mí.
Las gotas que ves caer no vienen del cielo.
Los ángeles que amabas murieron con el otoño.
Y el otoño deseó morir al verte llegar confundiéndote con el invierno que tenías dentro. 
Sigo ansiando crear nuevos ángeles.
Esta vez de nieve. 
Esta vez en ti.
Sigo ansiando colgar nuevas luces alegres.
Esta vez en la oscuridad.
Esta vez en mí.
Pero olvida todo lo que te digo esta noche, que no son más que trozos parlantes de mi corazón queriendo reunirse con los demás algún día.
Estrellas que quieren ser constelaciones.
La (no) yo que quiere ser yo. A poder ser, contigo.
Pero olvida lo que te digo esta noche. Dedícate a admirar lo que tenemos delante.


La ciudad que hay ahí es preciosa, ¿verdad?
¿Quieres quemarla conmigo? 

El ritmo de dejarte ir.

Tic, tac, tic, tac. 

Siguen pasando los segundos delante de mis ojos.


Tic, tac, tic, tac.

Son minutos. Y horas. A veces veo incluso días volar delante de mí sin que pueda hacer nada.


Tic, tac, tic, tac. 

Vuelan con ellos las flores que se llevó el otoño y las pocas hojas marchitas que dejó como prueba de que estuvo aquí.


Tic, tac, tic, tac. 

Y de reojo te veo pasar a través de la ventana.
Sabes que estoy esperando por ti pero nada importa ya cuando no me vez como más que una (des)conocida que pasa de lejos.


Tic, tac, tic, tac.

Cada paso que das lo va marcando el reloj rojo del suelo que ha pasado a vivir en mi cabeza. Y con él sus engranajes, que serán lo que me impulse hoy por hoy.


Tic, tac, tic, toc. 

Ahora no suena otra cosa que una explosión.
Quizá sea mi cabeza asimilando la situación.
Quizá sea el recuerdo que trae la habitación.
Quizá sea yo.