lunes, 21 de abril de 2014

Satélite.


Voy a contaros la historia de la persona que le sonreía a la Luna:

Trata de dos conocidos que fingían no conocerse. Se dibujaban a destiempo en diferentes partes del mundo y eran tristes, tristes y esperanzadores, como la segunda estrella a la derecha de Peter Pan. Eran vida sin vivir; abandono sin haberse abandonado (al menos el uno al otro). Aún a lo lejos y sin verse, derramaban la misma cantidad de lágrimas. Sus rosas nunca se marchitaban, porque las regaban con aquella pena. Y ambos se paraban a admirar la misma Luna, pero nunca de la misma manera.

Él era frío, tan frío como podía serlo el hielo instantes antes de llegar a quemar, pero aquello le encantaba. Decía que siempre había esperado el día en que alguien pudiese derretirlo, y aseguraba que aquel día ya había llegado hace más de cinco años. Contaba que no se avergonzaba de no haber visto a quien había conseguido tanto en su interior, y mucho menos se arrepentía de haberla conocido ahora que aparentaban haberse olvidado. Se asomaba todas las noches a ver la Luna porque decía que, al menos, seguía compartiendo el cielo con ella. Y en el fondo odiaba aquel satélite por poder verla cuando él no podía.

Ella estaba loca, loca de remate. Pasaba los días delante de su lienzo en blanco intentando plasmar su desarraigo por el mundo, que nunca acababa de ser suficiente. Todos decían que el eco de sus sollozos movía las olas, y ella solo quería pasar desapercibida. Además, vivía sola. En su piso tenía una pared en la que escribía su nombre por cada día sin él y, al anochecer, se asomaba a su ventana a ver la Luna. Y le sonreía, porque tenía la absurda idea de que su sonrisa se reflejaría en aquel satélite hasta llegar a él, pero eso no pasa. Nunca pasa.

El día en que ella murió encontraron dos mil trescientos trece nombres en su pared, todos a medio escribir. Y estaban así porque, aunque estuviesen demasiado lejos, ella siempre acababa viéndolo en sus delirios; su locura.
Jamás nadie volvió a sonreírle a la Luna por él y, con el paso del tiempo, consiguió rehacer su vida.
Pero nunca la olvidó aunque un día tratasen de olvidarse.

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