lunes, 21 de abril de 2014

"Ni se te ocurra llorar".

Eran las nueve y media de la noche. Yo estaba en la terraza de aquel barco, él tras una barandilla que había enfrente...
Y había llegado la hora de irse.

Ya nos habíamos despedido, pero aún así nos quedamos allí, mirándonos desde lejos. En diez minutos me pregunté mil veces cuándo volvería a tenerlo delante o si volvería a hacerlo y, como siempre, no obtuve respuesta de mí misma. Recuerdo haberle visto entristecerse cuando, sin querer, me vio secándome tres lágrimas caídas que había estado reteniendo las dos últimas horas entre varias sonrisas y una carcajada rota. Desde donde estaba hizo gestos de "Ni se te ocurra llorar" y yo simplemente me apoyé en la barandilla de la terraza y sonreí negando con la cabeza. 

Se había quedado una noche preciosa para enmarcar el día completo y no olvidarlo. A mi alrededor los demás pasajeros ya habían entrado por el frío, mientras yo no sentía más que el dolor de tener que irme. O verlo quedarse. O ambas cosas. Y no conseguía ver nada que no fuese él mirando al mar, inexpresivo. Como si acabase de aceptar que el mundo se está muriendo de ganas de vernos separados otra vez.

Cuando ya me había perdido en su imagen por completo llegó uno de los encargados del barco. "No puedes estar aquí afuera mientras el barco zarpa", me dijo. Asentí. No le quedó más que empujarme hacia el interior del barco cuando, aún después de lo que me había dicho, había corrido hacia la barandilla de aquella terraza una vez más. "¡Te quiero!", grité. Lo vi incorporarse y gritarme lo mismo mientras me seguía haciendo gestos que me pedían que no llorase. 

Una vez dentro corrí hacia una ventana y lo vi secarse las lágrimas. Mientras sonreía a duras penas, le hice los mismos gestos que él a mí. "Ni se te ocurra llorar", pensé, y cuando lo vi despedirse con la mano el mundo se me vino abajo.  

Seguí largo tiempo en aquella ventana hasta que me permitieron salir de nuevo afuera, donde pasé todo el trayecto llorando mientras lo dejaba atrás. 


Veréis: Hay veces en que las horas se nos van demasiado rápido. Los días.
A veces incluso los años pasan siendo demasiado fugaces para disfrutarlos.
Y resulta que, de repente, en un día perdido en medio de tantos años efímeros
el tiempo para.
Y no sabes si estás soñando o has conseguido lo que te esperabas finalmente,
pero da igual. 
Os juro que siempre llega, y es uno de esos días que recuerdas siempre, como el que
ha sido escrito en esta entrada. 
El tiempo para un momento y luego sigue.
Pero lo disfrutas. Y lloras si tienes que hacerlo.
Sed tristes o felices, pero bonitos. Efe.

1 comentario:

  1. Inspirador, desgarrador, y extrañamente familiar. ¿Tus escritos se basan en experiencias propias?

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