Veintidós
de
septiembre.
Nunca seremos poetas porque nunca hemos sabido ver estrellas donde no había más que histeria. Dime, ¿qué hay detrás del fuego que llevamos dentro? ¿Manías? ¿Mundos? ¿Vacíos? ¿Un vacío tan grande como el mundo en el que sepultamos nuestras manías?
Quizá fuese culpa
mía: un poeta no puede forzarse.
Si bien es cierto
que siempre quise ser el mejor poeta de mi mediocre vida, también lo es que ni
siquiera he logrado eso. Llevo meses obligándome a ver la Luna como una madre,
a llorar por quien en realidad no se ha ido. Llevo años convenciéndome a mí
mismo de que poeta es el que ve rosas allí donde todo es asfalto y procurando
que me pasase lo mismo cuando, en realidad, siempre me he dedicado a hacer
asfalto de ausencias. A decir verdad, escribir siempre me ha parecido el primer
síntoma de falta de cordura, salud, perspectiva y (co)razón.
¡Silencios! Silencios. Hay silencios.
Silencios mudos. Y sordos. Y descoloridos. Tristes. Apagados. ¡Silencios! De
esos que hacen eco. ¿Es eso usted? ¿Silencio? ¿Es a lo que aspira? ¿Lo que
desea? ¿Sería feliz con ello? Lo dudo mucho. Entonces, ¿qué es?
Palabras y
palabras. No dejó de hablar hasta desorientarme.
No sé qué soy. Mi
manera de escribir ha sido regida por las personas que he querido y se han ido
casi sin estar. Por las que han vuelto y no llamaron para entrar. Ojalá me
hubiese basado en cada portazo de despedida que no sonaba, pero estaba allí.
Abstracto. Un invisible. Es usted
indeciso, irremediable. ¿Ve cómo consigo liarlo? ¡Vaya y sea feliz! ¡No vuelva
a dejar que lo confundan! ¡Vaya y no vuelva, joder! Deje de plantearse si acaso
está aquí por algo. Diga que simplemente está aquí, que eso es suficiente.
¡Usted no necesita que le digan que es poeta!
Tenía razón. ¡Soy
una estúpida alma en pena buscando caminos!
¡Que digan lo que
quieran los poetas de los suburbios! No es bonito que me duelas, ni llorarte,
ni que vuelvas; sino que estés. No nací para ser Bécquer, ni Larra, ni Machado.
Estoy aquí para ser yo, para pegarle un tiro a las musas.
Estoy aquí para
ser susurro, cantar, grito y quejido.
Voz irrompible, eco nostálgico: un
recuerdo.
¡Un invisible!
No lloréis por
mí.
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