sábado, 8 de febrero de 2014

Otro de esos finales.

Vacío. Fuera. Siete de la tarde, pero no de la suerte. 

No digo nada. Los escalones están fríos. No sé qué hago mirándolo. No sé qué hago, de hecho, en general. No sé qué mira él. Me encantaría saber qué sé y qué sabe. Hace horas que nadie sale del edificio. No es extraño. Me gustaría abrazarle. En otra vida debió ser la partitura más perfecta escrita en siglos. Una de esas canciones que te hacen llorar delante de todo el mundo. 

Se puso el Sol hace un rato. O sus ojos. Vértigo. 

No digo nada. Mareaba hablar del pasado. Como mirar desde arriba al fondo de un precipicio demasiado hondo. Se está haciendo de noche, sí, pero aquí adentro ya lo era. Como en su interior sigue atrapada la puesta de Sol. Estamos llevándonos un pedacito del mundo. Peor; quizá nos estemos volviendo parte de él. ¿Y qué significan todas esas luces sino que brillamos poco comparados con el resto? 

La Luna me está retando. Hija de puta. 

No digo nada. Vomitiva felicidad la que desprenden los fiesteros esperando el año nuevo. Ni que cambiaran sus vidas. La luz de la calle nos salpica en la cara. No sé qué nos pasa. Seguimos aquí quietos. Quiero diluirme. Lo oigo suspirar. Bendito suspiro. No sé si será cansancio. O amor. O infortunio. O todo revuelto. 

Campanadas. Fuegos artificiales. No me jodáis. 

Quiero decir algo. Hace horas que los escalones dejaron de estar fríos. Ya creo saber qué mira. Todo el mundo sale. No es extraño. Parecen locos. Definitivamente nos hemos vuelto una pieza más de este ajedrez. La luz. Las fechas. Suspiro. Ya lo comprendo. 

Voy a decir algo. Sé que espera que lo haga. 

— Mira todo eso.
— Lo sé.
— La ciudad que hay ahí es preciosa. ¿Quieres quemarla conmigo?




No hay comentarios:

Publicar un comentario