martes, 25 de febrero de 2014

Mirar atrás en el tiempo (o con él).

Echo de menos ver a la neblina jugar entre los árboles. 
¿Sabéis? Ojalá bajara el telón ahora que la Luna ya se ha ido y el Sol no pinta ni el brillo de una mirada en las calles. 


La vida me está desdibujando. 

Aún me quedan acuarelas con las que hacer alguna que otra pintura triste en el balcón, donde la niebla envuelva el lienzo como envuelve a los árboles cuando juega con ellos. Donde no pueda ver lo que hago.
Que al fin y al cabo así voy siempre por la vida: ciega. Y prefiero pensar que hay algo que me ha dejado así, en lugar de creer que yo misma he acabado conmigo de esta manera. 

El invierno me acampa en las pupilas. 

He acabado congelando mis sentimientos en un bloque de hielo que parece mi corazón y casi siempre me lo dejo atrás en las bebidas, sin hablar de cómo quema el frío en las noches de insomnio. 
¡Insomnio! Mi insomnio número trece ha acabado matando hasta a mis letras. Ahora me ahogo en cada mayúscula superior a mis fuerzas.

Las golondrinas ya no anidan en mi pelo.

Ya no creo en la realidad si no está pintada con los colores de mi propia paleta, y he terminado preguntando si hay algún artista en la sala antes de gritar buscando a un médico. Porque, qué sé yo, un pintor también salva. Un escritor. Un artista. 
Se me va la vida y aún hay más por deshacer
pero para qué le vamos a pedir más, si ya he acabado congelándome a treinta grados. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario