sábado, 29 de marzo de 2014

La vi quemando rosas.


La vi quemando las rosas del funeral de su madre aquel mismo día por la mañana y, cuando me acerqué, ni siquiera me salieron las palabras. Ella tenía los ojos empañados junto con una mirada triste y perdida ante el fuego, pero no lloraba. Rato después se sentó en el frío suelo lleno de barro por la lluvia de la noche anterior y recogió los pies, rodeándolos con los brazos y apoyando su cabeza en ellos. Recuerdo haber hecho lo mismo.
Era uno de esos momentos de la vida en el que tu cabeza empieza a reproducir Trouble, de Coldplay. Uno de esos momentos en el que deseas darle un abrazo en silencio, pero no lo haces.
No separó la vista de aquella hoguera ni una vez, pero llegó un momento en el que levantó levemente la cabeza de sus piernas, negó con ella con un movimiento casi imperceptible y dijo:
Ni siquiera sé qué haremos cuando ya no quede nada de ella en nosotros. Será como estas efímeras rosas que disfrutamos en su momento. ¿Crees que volveremos a recordar siquiera cómo olían cuando se hayan convertido en cenizas y se las lleve el viento?
Volvió a acomodarse en sus piernas y yo miré al suelo. Como su padre, me prometí que nunca me permitiría que ella fuese tan infeliz como era ahora, pero no pude hacer nada en ese momento. Simplemente entré en casa como un maldito cobarde y ella se quedó allí.
Recuerdo que pasó cuatro horas más delante de lo poco que quedaba de aquellas rosas, con la misma mirada perdida y bajo una lluvia casi torrencial. Recuerdo haberla observador durante toda la noche sin dormirme y recuerdo haberla visto llorar cuando, a la mañana siguiente, la lluvia había acabado con todo. 

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