Dicen que a escribir no se aprende, que se lleva dentro. Y os juro que lo único que hay aquí son flores marchitas y una Luna. |
martes, 25 de febrero de 2014
Delirios del insomnio trece.
Mirar atrás en el tiempo (o con él).
Echo de menos ver a la neblina jugar entre los árboles.
¿Sabéis? Ojalá bajara el telón ahora que la Luna ya se ha ido y el Sol no pinta ni el brillo de una mirada en las calles.
La vida me está desdibujando.
Aún me quedan acuarelas con las que hacer alguna que otra pintura triste en el balcón, donde la niebla envuelva el lienzo como envuelve a los árboles cuando juega con ellos. Donde no pueda ver lo que hago.
Que al fin y al cabo así voy siempre por la vida: ciega. Y prefiero pensar que hay algo que me ha dejado así, en lugar de creer que yo misma he acabado conmigo de esta manera.
El invierno me acampa en las pupilas.
He acabado congelando mis sentimientos en un bloque de hielo que parece mi corazón y casi siempre me lo dejo atrás en las bebidas, sin hablar de cómo quema el frío en las noches de insomnio.
¡Insomnio! Mi insomnio número trece ha acabado matando hasta a mis letras. Ahora me ahogo en cada mayúscula superior a mis fuerzas.
Las golondrinas ya no anidan en mi pelo.
Ya no creo en la realidad si no está pintada con los colores de mi propia paleta, y he terminado preguntando si hay algún artista en la sala antes de gritar buscando a un médico. Porque, qué sé yo, un pintor también salva. Un escritor. Un artista.
Se me va la vida y aún hay más por deshacer
pero para qué le vamos a pedir más, si ya he acabado congelándome a treinta grados.
sábado, 22 de febrero de 2014
A quienes llegaron tarde.
Las rosas volverán a vestir de marchitas para llamar la atención de la Luna, y ésta volverá a cerrar sus párpados echándole la culpa al Sol. Dormirá con la conciencia no tan tranquila y los sentimientos desparramados, reflejándose en el mar que la muestra aún más débil que de costumbre. Y de madrugada mandará mensajes a las estrellas diciéndoles que
Las rosas volverán a boicotear la primavera vestidas de marchitas, y volverán a olvidarlas en el campo con más espinas que colores. Volverá la Luna a olvidar arrancarlas para pedir perdón, y llorará sola en medio de una oscuridad cegadora mientras las estrellas se toman un café en nombre de todos los suspiros que completan el aire por ellas.
Y nosotros volveremos a quedarnos aquí, escribiéndole a lo marchito y con luciérnagas como estrellas, porque las verdaderas se cansaron de esperar que les salvaran con palabras.
viernes, 14 de febrero de 2014
A punta de pistola.
Se mató.
No volví a oír su voz haciéndole los coros al viento entre los árboles y recuerdo dejar de llorar. Me llamaron loca por reírme cuando pronunciaron su nombre, pero juro que las carcajadas eran como cañonazos que no cesaban. Recuerdo que la música que acostumbraba a enseñarme se convirtió en todo lo que conseguía que me durmiese entre lágrimas cada noche, y mis sueños... No habían. Pero me adjudiqué un sueño en medio de la hiriente realidad en mis narices: volver a verle. De nuevo. Quizá por primera vez. O por última, pero verle. Oírle. Poder abrazarlo y preguntarle si sabe realmente a quién matan los tiros. Para poder confesarle que me he vuelto tan torpe y me he quedado tan ciega que he acabado tropezándome con los pasos de peatones. Que me he acostumbrado tanto a la oscuridad de su ausencia que ya no escribo por lo que escandila el papel.
Prometo que las musas acabarán escribiéndome a mí.
A punta de pistola.
Porque se mató. Y le echo de menos mal que acabaré como él.
Juro.
sábado, 8 de febrero de 2014
Otro de esos finales.
Vacío. Fuera. Siete de la tarde, pero no de la suerte.
No digo nada. Los escalones están fríos. No sé qué hago mirándolo. No sé qué hago, de hecho, en general. No sé qué mira él. Me encantaría saber qué sé y qué sabe. Hace horas que nadie sale del edificio. No es extraño. Me gustaría abrazarle. En otra vida debió ser la partitura más perfecta escrita en siglos. Una de esas canciones que te hacen llorar delante de todo el mundo.
Se puso el Sol hace un rato. O sus ojos. Vértigo.
No digo nada. Mareaba hablar del pasado. Como mirar desde arriba al fondo de un precipicio demasiado hondo. Se está haciendo de noche, sí, pero aquí adentro ya lo era. Como en su interior sigue atrapada la puesta de Sol. Estamos llevándonos un pedacito del mundo. Peor; quizá nos estemos volviendo parte de él. ¿Y qué significan todas esas luces sino que brillamos poco comparados con el resto?
La Luna me está retando. Hija de puta.
No digo nada. Vomitiva felicidad la que desprenden los fiesteros esperando el año nuevo. Ni que cambiaran sus vidas. La luz de la calle nos salpica en la cara. No sé qué nos pasa. Seguimos aquí quietos. Quiero diluirme. Lo oigo suspirar. Bendito suspiro. No sé si será cansancio. O amor. O infortunio. O todo revuelto.
Campanadas. Fuegos artificiales. No me jodáis.
Quiero decir algo. Hace horas que los escalones dejaron de estar fríos. Ya creo saber qué mira. Todo el mundo sale. No es extraño. Parecen locos. Definitivamente nos hemos vuelto una pieza más de este ajedrez. La luz. Las fechas. Suspiro. Ya lo comprendo.
Voy a decir algo. Sé que espera que lo haga.
— Mira todo eso.
— Lo sé.
— La ciudad que hay ahí es preciosa. ¿Quieres quemarla conmigo?
No digo nada. Los escalones están fríos. No sé qué hago mirándolo. No sé qué hago, de hecho, en general. No sé qué mira él. Me encantaría saber qué sé y qué sabe. Hace horas que nadie sale del edificio. No es extraño. Me gustaría abrazarle. En otra vida debió ser la partitura más perfecta escrita en siglos. Una de esas canciones que te hacen llorar delante de todo el mundo.
Se puso el Sol hace un rato. O sus ojos. Vértigo.
No digo nada. Mareaba hablar del pasado. Como mirar desde arriba al fondo de un precipicio demasiado hondo. Se está haciendo de noche, sí, pero aquí adentro ya lo era. Como en su interior sigue atrapada la puesta de Sol. Estamos llevándonos un pedacito del mundo. Peor; quizá nos estemos volviendo parte de él. ¿Y qué significan todas esas luces sino que brillamos poco comparados con el resto?
La Luna me está retando. Hija de puta.
No digo nada. Vomitiva felicidad la que desprenden los fiesteros esperando el año nuevo. Ni que cambiaran sus vidas. La luz de la calle nos salpica en la cara. No sé qué nos pasa. Seguimos aquí quietos. Quiero diluirme. Lo oigo suspirar. Bendito suspiro. No sé si será cansancio. O amor. O infortunio. O todo revuelto.
Campanadas. Fuegos artificiales. No me jodáis.
Quiero decir algo. Hace horas que los escalones dejaron de estar fríos. Ya creo saber qué mira. Todo el mundo sale. No es extraño. Parecen locos. Definitivamente nos hemos vuelto una pieza más de este ajedrez. La luz. Las fechas. Suspiro. Ya lo comprendo.
Voy a decir algo. Sé que espera que lo haga.
— Mira todo eso.
— Lo sé.
— La ciudad que hay ahí es preciosa. ¿Quieres quemarla conmigo?
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