Está conduciendo a noventa kilómetros por hora y la música suena con una frecuencia relajante. Me mira. Ahora mira a la carretera de nuevo. “Gracias” pienso. “No quería acabar mal esta noche”. Si se ha dado cuenta de que he suspirado aliviada, lo ha dejado pasar. Ahora la música está sonando más fuerte, pero sigue siendo suave. “Tenemos que hablar”, dice. Y yo me río. Habla como si no esperase una respuesta. “Esto es lo mejor para ti, para mí; para nosotros”. Sigue conduciendo, ahora a cien kilómetros por hora. “O quizá solo sea mejor para ti”, pienso. No me atrevo a decirlo. Cierro los ojos por un momento mientras él sigue hablando y lo único que escucho es la música, que ha dejado de sonar reconfortante. Me río. Está acelerando, pero no alcanzo a ver a qué velocidad vamos. “Podía haber acabado de otra manera” grita, o eso es lo que alcanzo a oír. Nunca lo entiendo cuando grita.
Ahora yo estoy riendo. “Está jugando”, pienso. “Le encanta jugar a esto”. Grito para que piense que estoy dentro de juego, pero acabamos de pasar a gran velocidad el lugar al que íbamos. Hay cosas que no entiendo, como que le tiemblen las manos al volante. Me mira con rabia e ignoro todo lo que dice. Creo que se ha dado cuenta de que no le estoy dando importancia, pero no deja de hablar. Sigue y sigue como si fuese un perfecto discurso ya preparado. Quizá lo sea. Grita. Casi no se oye la música en comparación. Dejo de reírme. Ya no tiene gracia alguna. Acelera. Me mira. “Mierda”, grito. “¡No quería acabar mal esta noche!”. Me doy cuenta de que eso fue lo mismo que pensé al inicio de todo, solo que ahora no mira la carretera.
En estos momentos ahí adelante hay una curva que se acerca, pero él no muestra señales de que vaya a desacelerar.
Basado en "The approaching curve", de Rise Against.
Canción de las que te hacen pensar.