miércoles, 25 de junio de 2014

Dijo "tenemos que hablar" y me reí.


Está conduciendo a noventa kilómetros por hora y la música suena con una frecuencia relajante. Me mira. Ahora mira a la carretera de nuevo.  “Gracias” pienso. “No quería acabar mal esta noche”. Si se ha dado cuenta de que he suspirado aliviada, lo ha dejado pasar. Ahora la música está sonando más fuerte, pero sigue siendo suave. “Tenemos que hablar”, dice. Y yo me río. Habla como si no esperase una respuesta. “Esto es lo mejor para ti, para mí; para nosotros”. Sigue conduciendo, ahora a cien kilómetros por hora. “O quizá solo sea mejor para ti”, pienso. No me atrevo a decirlo. Cierro los ojos por un momento mientras él sigue hablando y lo único que escucho es la música, que ha dejado de sonar reconfortante.     Me río. Está acelerando, pero no alcanzo a ver a qué velocidad vamos. “Podía haber acabado de otra manera” grita, o eso es lo que alcanzo a oír. Nunca lo entiendo cuando grita.

Ahora yo estoy riendo. “Está jugando”, pienso. “Le encanta jugar a esto”. Grito para que piense que estoy dentro de juego, pero acabamos de pasar a gran velocidad el lugar al que íbamos. Hay cosas que no entiendo, como que le tiemblen las manos al volante. Me mira con rabia e ignoro todo lo que dice. Creo que se ha dado cuenta de que no le estoy dando importancia, pero no deja de hablar. Sigue y sigue como si fuese un perfecto discurso ya preparado. Quizá lo sea. Grita. Casi no se oye la música en comparación. Dejo de reírme. Ya no tiene gracia alguna. Acelera. Me mira. “Mierda”, grito. “¡No quería acabar mal esta noche!”. Me doy cuenta de que eso fue lo mismo que pensé al inicio de todo, solo que ahora no mira la carretera. 
En estos momentos ahí adelante hay una curva que se acerca, pero él no muestra señales de que vaya a desacelerar. 

Basado en "The approaching curve", de Rise Against. 
Canción de las que te hacen pensar.

martes, 24 de junio de 2014

V.

No soy el mismo —dices mientras clavas
tus ilusiones en lo que queda de las mías.
¿No eres el mismo? ¿Y ahora te das cuenta?
Nunca lo fuiste... 

¿Conoces esa sensación de necesitar todo lo que hay a tu alrededor mientras lo de tu alrededor no te necesita?
Ven conmigo, te dejaré entrar.

domingo, 8 de junio de 2014

Entre tanto, espinas.

No sé hablar de dolor sin rosas, ni de mí sin alguien más.

Anoche le vi y me dijo que todo esto no sería un camino de rosas.
“¡Mucho mejor!”, pensé. Es más: le sonreí, e intenté hacerlo con otros ojos que no fuesen mis típicos ojos tristes de haber llorado demasiado y haber roto más fotos de la cuenta a la débil luz de la lamparilla en una noche sin luna y demasiadas estrellas fugaces que perdí de vista. Le sonreí. Otra vez, quiero decir. Mierda. Éramos elegantemente dolorosos cuando ni siquiera el cielo de luto se detenía a llorarnos.

Él tenía también alguna que otra foto clavada en las pupilas.
Qué sé yo si sería mía, de ambos o de quién. Seguía mirándome como queriendo preguntar “¿qué te ha pasado?”, y no podía evitar volver a sonreír. Era imbécil, muy imbécil. Yo, digo. A quién se le ocurre sonreír cuando le preguntan por su corazón a escondidas. Y mierda. Otra vez. Que sí, que será que soy imbécil, os repito. Estuve a punto de responder que lo era él, pero pensé que mejor no. No sé, para qué voy a querer que sea mi corazón si le dan tantos infartos.

“¡Mucho mejor! ¿No sabes que las rosas tienen muchas espinas?” 
Al decir eso se le aclaró en su cabeza el porqué de mi sonrisa, estoy segura. Qué zorra soy y qué bonito se quedó el momento para no acabar de destruirlo, sino para dejarlo en unas pocas ruinas que se sostienen por poco. Él también sonrió, ¿sabéis? La sonrisa del que presume de lo que no tiene.


Hay quien presume de ser un fénix...
Y ahí afuera
siempre llueve,
queridos heridos
de guerra.

jueves, 5 de junio de 2014

Hablamos de no quedarse.


Hablan de puertos y faros que guían, sin embargo he pasado noches en el puerto y sigo sin una luz en mi vida. Mira, crecer no es una elección, es un accidente, y claro que me gustaría seguir teniendo cinco años y pedirle a mi padre que deje la puerta entreabierta y encendida la luz del pasillo, pero todo eso se ha acabado. Y tú… Tú mejor no me mires si no piensas volver a mirarme, que estoy cansada de miradas que son faros y solo iluminan hacia el norte que perdí hace ya tiempo. 
Te sabe la mirada a barro y hojas secas. No sé si son arenas movedizas, pero casi. Y agradezco no haber pasado por ahí, corazón.

Viento y pedazos.



Escribe el eco sobre el eco,
y las máquinas de escribir
sobre funerales y la falta de tinta
en "otra de esas tristes
máquinas de escribir".

Escribo yo, no sobre mí.
¡Eso sería una estupidez!
Escribo yo, sobre ella,
aunque cuente todo lo mío.
¡Y sigue siendo estúpido!


¡Como que el eco escriba
sobre el eco!
O las máquinas de escribir lloren
por "esas tristes máquinas
 de escribir".


Cariño, asómate,
que las ventanas están
siempre abiertas para ti.
Que no es una ametralladora
lo que suena por aquí.

¡Que soy yo escribiendo
otra vez al porvenir!

Escribo yo, no sobre mí,
y si lo hago bien no es gracias a ti.
¿Acaso agradece el eco al eco
o las máquinas de escribir
al resto de "esas tristes máquinas
de escribir"?

Recuerda que vivimos
donde la luna se tiñe de rojo
pero nunca nadie derrama 
ni una gota de sangre
por miedo a los olores.

Recuerda que sigo escribiéndote.
Que escribo yo, no sobre mí.
Que si lo hago bien no es gracias a ti.
Y que por dentro soy lúgubre
con paredes de colores.