y que, de cualquier manera
ya no sea tu nombre.
Porque, al fin y al cabo,
tú ya no eres tú.
Y vivir ya no es vivir.
Que griten un nombre
frente a una lápida,
que no te pertenezca
y no signifique nada.
Quizá ni lo reconozcas.
Que oigas cómo te llaman
desde lejos, donde solo hay un eco
y no mires atrás
porque ese sonido ya no tiene sentido,
ya no es nada de ti.
Porque no estás.
Que entre oscuridades
y neones vaya gente,
grupos, amigos,
conocidos, quizá
hablando sobre alguien
que crees recordar quién es
pero no enteramente:
porque no existe ya.
Que no vuelvan a sonar
las consonantes y las vocales
de nuevo juntas, en el mismo
orden, de la misma manera.
Que si, quizá lo hicieran
ya no fuese nada.
Que en las fotos les suene tu cara
pero nunca nada más,
y nunca nada más,
nunca nada más
porque no estás.
Ahora tu nombre
suena como un cántico,
un mantra; algo a lo que aferrarse
mientras lo gritan frente a tu lápida.
O lo lloran. O lo lamentan.
Todo cuando ya no estás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario