jueves, 24 de septiembre de 2015
Cómo una flor se hizo ángel.
Recuerdo ver cómo crecían las flores en el campo alrededor de ti, y recuerdo haber pensado que tú eras la flor más bonita que había visto allí hasta ahora. Recuerdo haberte visto sonreír, aunque no del todo si sonreí yo. Quizá no exteriormente.
Volví a aquel lugar anoche, después de pasar horas intentando dormir con tus recuerdos como si fueran el eco de estos últimos años en mi cabeza, y te sorprenderá (o no) una cosa: ya no habían flores allí. Tú dirás que porque es invierno, yo diría que porque no estabas. A riesgo de parecer más tóxico aún que en su día, tengo que confesarte que te sigo queriendo solo para mí. No me diste el tiempo suficiente para cuidarte todo lo que debería haber sido.
Recuerdo un montón de momentos en los que estás de protagonista: acariciando un cachorrito sentados en el césped, construyendo cosas con trozos de madera como a los siete años, confesándome que me quieres, sonriendo a centímetros de mí... Y lo único que hasta hoy no consigo visualizar claramente son tus ojos advirtiéndome que podrías irte en cualquier momento.
Hoy esta lápida no hace referencia a ti: aquí no hay ningún ángel. Hoy no consigo recordar cómo es que te dejé ir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario