domingo, 16 de junio de 2019

20''


►↕◄
Le he llamado y he colgado justo después de que cogiese el teléfono, como que para mí es suficiente con saber que sigue vivo. Y he seguido a mis asuntos.

Es cada veinte segundos
que encuentro nuevas formas
de echarme la culpa, la carga
o la bronca.
Es cada veinte segundos
que suena una nota.

Es cada veinte segundos
que me sorprendo.
Que me extraño,
que me compadezco:
porque dentro de veinte segundos
no estaré esperándolo
de nuevo.

Es cada veinte segundos
que pienso que no habrán otros veinte.
Que serán los últimos que escuche,
o que no me sorprenderán
si sí que vienen.

Es cada veinte segundos
que me acongoja una y otra nota,
que me hace querer estar sorda.
Cada veinte segundos pido al mundo
ser cualquier otra cosa.

Es curioso: no cualquiera
entiende el miedo de los veinte segundos.
El miedo de lo que es por sí solo,
aparentemente inofensivo.
No todo el mundo escucha
la terrorífica melodía que suena
como de fin, como de pena:
si agrupas seguidas las notas que truenan
cada veinte segundos.

He tirado el teléfono. Nadie lo entiende, pero no te volveré a escuchar jamás. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario