No, no, no, no. Había vuelto a salir a la calle otra vez. Volvía a no saber adónde ir. “Mierda”. Niños jugando. Una mueca que le tira de los pelos. “Sonríe bien”. ¿Bien? ¿Cómo podía sonreír bien? Mejor dicho, ¿cómo se sonríe mal? No lo sabía, pero pensó que ese era su talento.
Hace unos meses. Hace unos meses se marchó en tren el amor de su vida. Creyó que había sido un trece, pero no conseguía recordarlo con claridad. Aún así, no creía en esas cosas. En los trece. “Es solo un número”. Lo era. Hace unos meses sufrió un accidente de tren el amor de su vida. Qué digo. Un mismo trece. Aún así, no creía en esas cosas.
No, no, no, no. Ella no sabe de qué habla. Yo a veces tampoco, pero la observo. “Él murió un trece”, vuelve a contarle a otro chico de otra parte de la ciudad. Ya van cuatro esta semana. “Decía que yo era un encanto”.
¿Quién cuenta esas cosas?
Pasó con él un doce. Hace unos meses. “Eres un encanto”, dijo. Ella sonrió, aunque pensó que volvía a hacerlo mal. Él pensó que no habría podido hacerlo mejor. No recuerdo bien si le dio un beso. Se despidieron.
No, no, no, no. Está en casa de nuevo. Ahora. No alcanzo a ver si está triste. Seguramente lo estuviera. O lo fuera, no sé, todos la veíamos así. La veo asomarse a la ventana. Qué nostálgico se ha puesto todo de repente. Ahora se mueve. ¿Qué hace?
“Eres un encanto”, se dice. “Ojalá algún día llegues a creerme”. Delante hay un espejo. Roto, pero no valía la pena gastar dinero en uno nuevo. Una lágrima acaba de caer, pero quiero creer que la veo sonreír. Intentarlo. “No, no, no, no”, dice. “Vuelves a hacerlo mal”.